Addendum: Este artículo no pretende ser un escrito pesimista o poner luz negativa a la comunidad de los videojuegos, sino que un llamado de atención a que debemos ser mejores personas y poner nuestro granito de arena para ayudar a quienes nos brindan tal maravilloso pasatiempo, incluso cuando cometan errores o hablen más de la cuenta… tal vez debamos apoyarlos y entenderles más en esos momentos.
Desde niño siempre me atrajo el fútbol. Su simpleza y energía, ese sentimiento de comunidad al correr tras un balón y sentirse parte de una historia que se va desarrollando minuto a minutos, donde no sólo tu talento cuenta, sino que el esfuerzo conjunto de tus compañeros en busca del gol que brinde la victoria a tu equipo.
Mientras más te adentras en el juego, más complejo se vuelve. Posiciones, roles, confiar en que tu compañero hará su parte y esforzarte para cumplir la tuya, en su forma más global un partido de fútbol es como una épica batalla de fantasía que la imaginación de un niño transforma desde la realidad a lo infinito.
Años más tarde, y con ayuda de la tecnología que estaba recién penetrando en la ruralidad del campo, podría disfrutar de encuentros transmitidos por TV. A diferencia de las narraciones que mi ya desaparecida radio a pilas, en la TV se podía apreciar con total claridad el espectáculo que era el fútbol: Canchas verdes, gente animando en las gradas, jugadores pasando la pelota con acrobacias y, lo más importante, goles.
Para mí, la parte más atractiva fue siempre la estrategia, y el poder ver el despliegue de jugadas abrió mi apetito por más y más fútbol, por lo que terminaba viendo cada encuentro que podía, desde Clásicos Universitarios entre las universidades de Chile y Católica (que mi mente infantil pensaba, en su inocencia, eran universidades localizadas en mi ciudad) hasta encuentros menos entre Puerto Montt y La Serena.
Sin embargo, algo siempre me causó ruido: Las barras bravas.
Nadie puede negar que parte del atractivo del Fútbol son los hinchas, que brindan colores y ruidos a una fiesta social y cultural, haciendo aún más épica la batalla en conjunto, pero siempre escuchaba cómo hinchas de un equipo se enfrascaban en peleas con las de otro, o cómo jugadores eran insultados por su desempeño y árbitros amenazados de muerte por un cobro mal realizado.
Aún tengo en mi mente las imágenes del autogol de Andrés Escobar, futbolista colombiano que tuvo la mala fortuna de cometer un autogol en el mundial de USA 1994. Días después los noticieros informaban que el jugador había sido asesinado por un grupo de narcotraficantes, quienes de forma lamentable terminan siempre ligados a las barras más ultras del fútbol.
En Chile las cosas no eran distintas y, para peor, siguen iguales. Hinchas que amenazan de muerte, agreden jugadores o se creen autoridades para decidir qué se debe o no hacer en el club al cual supuestamente apoya.
Actos como estos hicieron que perdiera interés en el fútbol sudamericano, sobre todo luego de haber encontrado la maravillosa Liga Premier de Inglaterra, donde el fenómeno de los Hooligans había sido estudiado, confrontado y medidas tomadas con el fin de devolver la tranquilidad al deporte más hermoso del mundo.
Y no es que allá no existiese la violencia que aqueja a Sudamérica, casos como el desastre de Heysel aún se recuerdan en Italia, donde el desorden y la falta de empatía por parte de hinchas ingleses crearon el cóctel perfecto resultando en una falla estructural crítica que acabaría con la vida de 39 personas cuyas únicas intenciones eran las de disfrutar un encuentro de la Copa de Campeones de Europa. Violencia atrae más violencia, y tuvieron que llegar más muertes para que la sociedad del fútbol tomase el cuerno por las astas, entendiendo que es deber de todos el para la violencia que comenzó como algo folclórico y peculiar, pero que se dejó crecer hasta llegar el momento en que cobró vidas humanas como si fueran goles en un partido.
El fútbol, para mí, ha estado siempre ligado a los videojuegos. Además de ser de los primeros videojuegos que pude disfrutar (te hablo a ti, J-League que venías en mi NES pirata), lo que más me atrae de uno -la estrategia y variedad de juego- también lo posee el otro. Las comunidades, cuando comienzas, también son espacios de confianza que te envuelven y brindan un calor especial que cualquiera que haya conocido gente con quién compartir sus pasiones entenderá.
De niño compartía con amigos en torno a videojuegos y fútbol, el primero años después de conocer al último. Resident Evil, Megaman, Mario… saltar desde una NES a una PS1, conociendo las maravillas que poseía la interminable biblioteca de juegos de la SNES o el deleite visual que traía la Dreamcast, mi primera consola (legal).
El tiempo pasó sin darme cuenta y ya estaba en la universidad, con tiempo de sobra a pesar de no poseer tiempo para nada, por lo que me abstraía internándome en el mundo de la web, gracias a un viejo notebook que me traía el mundo a la palma de mi mano. Y a mi otra palma, ya que era bastante grande si lo comparo a los artefactos modernos.
Pero fue entonces que comencé a notar que, al igual que en el deporte rey, existían grupos de jugadores que creían poseer autoridad para decidir sobre las creaciones de diferentes compañías.
En ese entonces quizá no era tan problemático para mí, después de todo, qué va a importarle a Capcom o Ubisoft lo que opine “xXSexualPhanterXx” en un foro imitación de 4Chan. No había daño físico.
Pero todo cambió con la llegada de Facebook, Twitter y el boom de desarrolladores independientes.
La primera señal de que algo iba muy mal, para mí, fue el caso Flappy Bird.
El videojuego apareció para iOS años atrás, y fue una de las primeras apps que tuvo un éxito global en la plataforma de Apple, llegando incluso a aparecer en noticiarios locales cuando su creador decidió quitarlo de forma permanente de la AppStore.
Pero los motivos tras la muerte del juego son los importantes. Su creador fue víctima de constantes ataques personales vía Twitter, incluso el famoso sitio web Kotaku escribió un artículo atacando el juego de forma desproporcionada, donde Jason Schreier acusaba de plagio al desarrollador apelando a que se ganaba el dinero de forma deshonesta, copiando los diseños de la afamada franquicia de Nintendo, Super Mario.
Tiempo después, el editor en jefe de Kotaku, Stephen Tolito, pediría disculpas ya que el artículo en su totalidad fue escrito sin haber consultado fuentes previas y el tono carecían de todo proceder ético.
Amenazas de muerte a un desarrollador sólo porque el juego era popular, eso es algo que estaba muy cerca del actuar de las mafias que controlan barras de fútbol.
Otro caso conocido es el del desarrollador de Fez, Phill Fish.
Si bien nunca compartiré sus comentarios sobre la industria de videojuegos japonesa, lo cierto es que Phill es un talentoso desarrollador independiente y alguien no muy dado a comentarios mesurados.
Ganarse mala fama, una reputación pobre, no debe nunca llevarnos al punto de querer acabar con la carrera de alguien o hacer de su vida un infierno. Sitios web de gran influencia pública, como Gametrailers atacaban de forma personal a Fish, incluso llegando a acusar de haber ganado premios de forma deshonesta.
Phill terminaría tan ofuscado con su nueva fama y los desproporcionados ataques personales que estallaría, alejándose por años de la industria y cancelando definitivamente la segunda parte de su afamado videojuego. Tiempo después nos enteraríamos de que, al poco tiempo de abandonar el proyecto, Fish sufriría un ataque web en el cual le extrajeron no sólo datos de desarrollo sino que información personal.
El tercer ejemplo de cómo estas conductas pueden afectar a la persona tras el juego es el afamado caso de Sean Murray, fundador del estudio Hello Games y hombre detrás del videojuego No Man’s Sky.
Antes de ahondar en su caso, debo hacer un fuerte mea culpa porque al consumir el morbo de artículos que festinaban con atacarle, también me volví parte del problema.
Cuando Sean Murray vio su juego en el E3 2015 nunca imaginó todo lo que su juego, que él consideraba un juego para un público nicho. Sobre todo, tomando en cuenta que, si bien un gigante como Sony colocaba su juego en primera plana, ellos seguían siendo un estudio independiente con unos cuantos sujetos locos por los videojuegos.
Lo que vino después fue una tormenta que pudo haber acabado con la pasión del desarrollador británico, pero por suerte supo aguantar. Sitios como YouTube se llenaron de videos haciendo trizas cada declaración de un Murray que a la mala aprendió a mantener la boca cerrada y controlar su entusiasmo, retrayéndole a un estado casi depresivo. Y no es para menos, recibir amenazas de muerte debido a que una mariposa que apareció en el tráiler no estaba en la versión final no es algo que te alegre el día.
El cuarto y último caso que presentaré no es el de un desconocido desarrollador independiente, quien no pudo soportar la fama o ser escudado por la imagen de una gran corporación.
Junichi Masuda, director de Game Freak, es uno de los nombres más recurrentes en las protestas de cierto grupo de fanáticos que piensan que Pokémon es una serie en decadencia. Con la llegada del videojuego Pokémon Sword & Shield (Espada y Escudo), Game Freak tomó la difícil decisión de quitar monstruos de bolsillo del juego, dado que el tiempo que disponen para hacer el juego, programar y refinar detalles, evitando errores y demás pericias que no osaré ser conocedor pero que aquellos que trabajen en el campo asumo conocerán, no es infinito. Y los que trabajan en el juego son personas, que cometen errores y aciertos por montones.
A mí, en lo personal, no me molesta que quiten ciertos monstruos, a pesar de que mi favorito, Cubone, no estuviese presente en la salida del juego.
Pero los fans extremos no se tomaron a bien esto, creando la campaña Bring Back National Dex, exigiendo que se incluyan todos los Pokémon de salida, llegando al punto de que el mismo Masuda pidió que le dejasen tranquilo al menos el día de su cumpleaños.
Lamentablemente, la cosa no quedó ahí, ya que incluso llegaron a acusarle de abuso sexual, todo con tal de mostrar su frustración y empañar la imagen del mencionado director.
Poco a poco, más y más comunidades están adquiriendo formas de proceder que si bien en el resultado no han llegado a los terroríficos niveles de agresión que someten al fútbol, son muy similares en el proceder. Recordemos que el fútbol le lleva cerca 100 años de ventaja a los videojuegos.
Quizá un síntoma de que nos acercamos peligrosamente a este proceder es la abundancia de las llamadas “Bombardeo de Reseñas” o Review Bomb en inglés, un fenómeno que consiste en llenar de reseñas extremadamente negativas un juego debido a diferentes motivos, pero que generalmente se agrupan en:
- Me molesta que sea un juego exclusivo de otra compañía.
- Me molesta que el estudio X esté tras el juego.
- Me molesta que el juego tenga X contenido (usualmente, protagonistas LGTB).
Para empresas conocidas como Ubisoft, Capcom o Blizzard, estos bombardeos de comunidades afines a sitios como 4Chan o ResetERA pueden ser rasguños que no alcanzan a dañar el producto en cuestión, pero para un desarrollador independiente, que coloca todos sus esfuerzos en un juego y ve cómo su creación recibe críticas desproporcionadas, las que afectan al punto de quitarlo de las páginas frontales de las tiendas, un review bomb puede ser el final de sus sueños y el tener que afrontar los costos de tal afrenta.
Nadie merece ser cuestionado hasta el ostracismo, siendo víctima desproporcionada de críticas, sin nadie que le defienda o de segundas oportunidades.
Llegará el día en que ocurra una tragedia de Heysel en el mundo de los videojuegos, y creo que debemos trabajar para que ese día esté lo más lejos posible del mañana.
Es menester de todos nosotros como comunidad evitar que los Hooligans comiencen a tomar control del medio, ya sea vía acoso por redes sociales, ataques a la información privada o acusaciones que ataquen a la persona detrás del teclado.