No todos los computadores eran iguales en la sala de computación, tanto en un sentido literal como en uno más figurativo. Por un lado, ninguno tenía las mismas especificaciones que otro (con suerte el monitor era de la misma marca), y por otro, los juegos que tenían instalados no eran los mismos. Es de suponer que aquellos santos que instalaban juegos no tenían la libertad de dejarlos instalados en todos los equipos. Así, algunos computadores revestían un valor infinitamente superior a otros. A veces no tenías acceso a SkyRoads, y te tenías que conformar el marciano con manos de sopapo.
Cosmo’s Cosmic Adventure es un juego de plataforma que no tiene nada inherentemente malo. La física y las mecánicas funcionan bien… pero es fome. Ni siquiera súper fome. Sólo fome. Como lechuga sola sin aliñar.
En este no muy memorable juego, tomamos el rol de Cosmo, un poco carismático marcianito con manos de sopapo, cara de angustia, y que anda a poto pelado. Recuerdo que ya en esos tiempos me preguntaba como la especie de este bicho había podido construir una nave espacial, ¿cómo hace uno cualquier cosa con unas manos que sólo sirven para destapar el wáter? ¿Cómo prospera una civilización así? Se nota que no son capaces ni de hacerse ropa, y acá aparecen con una nave espacial. En fin, la cosa es que él tiene que rescatar a sus padres (vaya uno a saber por qué) en un planeta extraño (extraño para él, y extraño en general). Para lograrlo tendrá que recolectar estrellitas, muchísima fruta, hamburguesas, aplastar enemigos a lo Mario (o detonarles una bomba en el hocico), y usar sus sopapos para pegarse a las paredes y trepar. En el camino se encontrará con monstruos con muchos dientes y/o con caras de jalado, que dificultarán su misión.
Como ya señalé, el juego es fome. No es particularmente desafiante, y el diseño de niveles es lisa y llanamente charcha. Y, si bien, se van agregando enemigos y cosas por el estilo, se siente siempre igual (o eso me pasó a mí, al menos). Al final, me resultaba más entretenido ver qué cara le ponían al enemigo nuevo de cada etapa, que jugar, propiamente tal.
Fuera de su neutra mediocridad, el juego destaca negativamente en algunas cosas. Primero, la música vale callampa. Esto lo descubrí de adulto, pues, como comenté en la reseña de SkyRoads, no tenía parlantes en el colegio (ni los hubiera encendido en la mitad de la clase, de haber tenido, tampoco). Temas como éste, que no es más que un loop de dos segundos tocado de todas las formas distintas posibles, se vuelven MUY molestos después del primer minuto. Segundo, los colores tampoco son particularmente bonitos. Pero bueno, es de 1992, creo que se lo puedo conceder. Y tercero, aunque esto lo noté de adulto también, la cagada corre a como cinco cuadros por segundo. Está a un paso de ser una diapositiva. Esto contrasta enormemente con otros juegos de DOS, que corren bastante bien.
Pese a lo anterior, uno igual lo jugaba en computación. Porque era lo que había, y en los ’90 uno se conformaba con lo que hubiera. La alternativa era hacer lo que sea que hubiera que hacer en esa clase; usualmente, una tarea mula que no tomaba mucho tiempo y que de todos modos dejaría un espacio de ocio para jugar.
Sé que hay gente a la que le gusta (o le gustaba) este juego. Yo, en lo personal, no le encuentro ningún brillo (ni de niño le encontraba mucho), y no recomiendo jugarlo bajo ningún motivo que no sea experimentar su impactante mediocridad, y quizás las caras de los enemigos.