Cierto día en que mis hijos pudieron pasarlo conmigo, entre la pandemia número uno y la pandemia número dos (vivimos separados), uno de ellos presta atención a los pequeños actos que competen mi cotidiano y me suelta la pregunta que le pone título al texto, mientras yo algo andaba haciendo en el patio.
—Sí poh, tú le dices [inserte apellido acá] y no le dices papá— responde ante mi silente, pero supuestamente expresiva, levantada de ceja. Por mi mente pasaba veloz el recuerdo de cuando al caballero le presté mi Game Boy Pocket y me la perdió. O cuando quemé una PSX y me mandó a comprar el fusible súper lejos, siendo que, al volver después de toda una tarde, encuentro que él la había puenteado con un alambre de cobre y había jugado todo el día solo. A ver amore mio, cómo te lo explico…
—Tu abuelo se redimió conmigo ya de adulto, porque durante mi infancia no tuvo injerencia alguna en mi proceso de crianza; no es que no le tenga cariño, simplemente el título nunca se lo ganó— le respondo. Apenas formulada la respuesta, pasa veloz, cual McQueen, el recuerdo de cuando le presté mi N64, y primero, me cambió todos los juegos bacanes por challas (el “Ocarina” se convirtió en un Xtreme-G, por sólo nombrar uno, de cómo diez) y como dos meses después me quemó la consola. Se la terminé vendiendo a precio de huevo y posterior a eso, él la reparó para sí…
Pero no confundas la relación que yo tuve con [apellido antes insertado], con la relación que ahora tienes tú con él, son cosas completamente independientes. Por lo menos con ustedes, lo ha hecho bacán. Pero las paternidades, son todas distintas.