Llevo un buen rato sentado frente al PC sin escribir nada. Me he dado algunas vueltas. Lavé loza y barrí para sentir que no estoy desperdiciando el tiempo. Tengo algunas ideas, y un pseudo-borrador de cosas que quiero incorporar en este mini review, pero me ha costado un montón. A diferencia de prácticamente todo lo que he reseñado en esta minisección/serie, Age of Empires II (“Age” de ahora en adelante) es un juego mucho más complejo, además de ser de mis favoritos.
Podría hablar de lo que siempre hablo: música, gráficas, gameplay y toda la cosa. Pero, y a riesgo de ser una lata, creo que esta vez lo orientaré de otro modo. Así que ahí les va, el review “diferente” del jueguillo.
El juego es un RTS, o “real time strategy” (estrategia en tiempo real), donde podemos usar una civilización para pelear con otra(s). A diferencia de otros juegos famosillos del género, acá todas las civilizaciones son bastante parecidas, diferenciándose en una que otra unidad única y en algunas habilidades y buffs específicos. En otros juegos, como Starcraft, hay menos civilizaciones, pero cada una es totalmente única.
Como con cualquier relación importante, uno nunca tiene claro, o no recuerda, cómo se formaron. Piénselo. Fuera de las mentiras idealizadas que nos inventamos respecto a cómo conocimos a nuestra actual pareja (si es que tenemos una, claro), uno no tiene mucha claridad respecto a en qué momento los grandes amigos pasaron de ser conocidos a amigos, por ejemplo. Menos claridad aún, respecto a cuándo pasaron a ser una parte importante de nuestras vidas.
El primer Age llegó a mis manos en un disco pirata. Sepa Moya de dónde salió. No enganché mucho en una primera instancia. Era el primer RTS que jugaba y me costó un montón adaptarme a las mecánicas. Además, llegó junto con otros juegos, que en ese momento me interesaron más.
Una cantidad indeterminada de tiempo después, jugué al Age II. No sé cómo ni cuándo. Sólo recuerdo que estaba en la Media ya, y que ya tenía acceso a Internet en la casa. El caso es que el profe de computación nos dejaba usar la sala durante los recreos de almuerzo para jugar. Por lo mismo, la cosa era engullir lo más rápido posible (tengo recuerdos de un compañero succionando una jalea completa desde el pote, sin siquiera usar cubiertos) y correr a computación para jugar. Los PCs nos esperaban listos para jugar, flamante red LAN totalmente funcional y, al menos un par de discos del juego. Ni siquiera sé de dónde salieron esos discos. En el mejor de los casos, éramos ocho, pero la mayoría de ellos, éramos menos.
Iniciar la partida era un ritual. Para jugar en LAN (y asumo que en línea también) cada uno debía tener su propio disco del juego. O eso se suponía. En la realidad, era suficiente con que alguien creara la partida con el CD puesto, para luego sacarlo y pasárselo al siguiente jugador, que éste accediera al lobby de la partida, y pasara nuevamente el disco. Al final, lo único que realmente se cargaba desde el disco era la música. Pero no teníamos parlantes, así que daba exactamente lo mismo. Luego del rito de pasarnos el CD, estábamos listos para jugar.
Con algunos de los compañeros con los que jugaba en el colegio, comenzamos a jugar en línea, desde la casa. Así, era frecuente acaparar el compu de la casa después de las 20:00 (en la antigüedad, era más caro conectarse a Internet antes de las 20:00) y jugar hasta que la mamá de alguien lo retara. Con el tiempo se sumaron algunas personas más: un excompañero de un colegio anterior; un amigo que conocimos en un foro online de música; y un compadre universitario que, en realidad, no recuerdo de dónde salió.
Así pasamos un buen tiempo (me atrevería a decir años… pero no sé, el tiempo pasado, sobre todo de la infancia se siente tan dilatado a veces). Liderados por el loco universitario (cuyo nombre ni siquiera recuerdo, tristemente) creamos un “clan” entre algunos de nosotros. Se llamaba “mad_masters” o alguna vergüenza ajena similar. Pero estoy casi 100% seguro de que ese era el nombre. Jugamos varias veces contra otros clanes de poca monta y, típicamente ganábamos, fundamentalmente porque el university boy era una real máquina.
En algún momento, y probablemente por los motivos de siempre, a saber, la vida y las prioridades, cada vez empezamos a bajar la frecuencia de las partidas, hasta que todo terminó en silencio, y no volvimos a jugar más. Es curioso pensarlo. Hay un momento en que uno hace algo por última vez, y no tiene idea. Es más curioso si suponemos que dicho evento debería ser importante, pero al mismo tiempo, ni siquiera lo recuerdo. Supongo que uno no recuerda lo importante, porque en ese momento no sabía que en el futuro lo iba a ser.
Es una sensación extraña. Todo esto fue muy importante para mí en mi adolescencia, ayudándome a sobrellevar un montón de cosas no muy agradables que me estaban pasando en la vida. Muchas de las personas con las que jugaba eran muy importantes para mí, dentro y fuera del juego. Gente que me conocía y en la que confiaba, con la que me juntaba a hueviar o con la que jugábamos rol pobre en una escalera del colegio con dados de seis caras de la Gran Capital, porque nadie tenía plata para dados decentes de verdad. Y ahora no mantengo ningún tipo de relación con ninguno de ellos. Puta, ni siquiera me acuerdo del nombre de uno de ellos. A algunos no sabría ni cómo contactarlos. A otros no sabría ni de qué hablarles. Es rara la weá.
Hace un “tiempo” (el 2013) compré la versión HD en Steam… o me la regalaron, tampoco me acuerdo. Pero no he jugado mucho, en realidad. Casi 70 horas según la información que provee Steam. No me gusta jugar solo contra la máquina, ni tampoco contra un montón de desconocidos de Internet. Pero supongo que mantener un grupo fijo de gente para jugar de forma regular no es muy posible a estas alturas de la vida (creo que ni yo podría). A menos que jugáramos a las 2:00 de la mañana, siempre habría más de uno que no podría por algún motivo de la vida adulta. E incluso, jugar tan tarde en la noche, a esta edad, es puro hacerse daño.
Así que eso. ¿Lo recomiendo? Por supuesto. Es un juego muy sólido, y que ha seguido recibiendo actualizaciones y expansiones (o como le dicen los lolos ahora, “DLCs”). Está en Steam. Es una gran forma de pasarlo bien con amigos, y disfrutar un buen rato. La gráfica está media añeja, pero ha envejecido razonablemente bien. La música es simplemente fantástica. Y el gameplay, pese a ser más simple que otros RTS, es suficiente como para darle profundidad a una partida.
Seguramente, Age of Empires II (más todas sus expansiones) sea mi RTS favorito de la vida, siempre. Pese a que, probablemente, cada vez lo juegue menos. Es, para mí, una mezcla entre la nostalgia y la alegría del tiempo que fue. Quizás en quince años, Among Us o Fortnite sea lo mismo para otra persona. Vaya uno a saber.