Un niño cualquiera, de entre seis y ocho años de edad, intenta ponerme al día respecto a la trama de un video de Minecraft en el cual salen algunos youtubers, y sobre el cual no guardo ningún interés. El crío ha crecido en la pandemia y, por cosas del encierro, ha encontrado refugio y solaz en un teléfono celular que le pasó alguien “para que se entretuviera” y que es ahora la única entretención que conoce. Sus temas de conversación remiten a sólo dos tópicos: videojuegos y gente de la internet que juega esos videojuegos.
Grita cuando se enoja como gritan los youtubers, habla con el acento que se habla en el país de dichos youtubers, pide a sus padres los productos que producen y consumen los antes mencionados youtubers. Si no está jugando desde su teléfono, lo está haciendo desde el de sus padres, o desde la consola cuando ya ha agotado todas las baterías. No tiene ningún manejo de la frustración y sus acciones sólo apuntan a beneficios de retribución inmediata. La inmediatez de todo le ha enseñado a no tener paciencia.
Le presto atención de todas formas, porque nadie más lo hace. Le pregunto si sabe dibujar y a qué otras cosas juega o que más hace para divertirse, cosa de tratar de sacarlo del tópico y que explore otros intereses, pero no lo logro. Me habló de Roblox, de Among Us y de Fortnite. Me mencionó algunos youtubers que (gracias a mis hijos) conozco y a los cuales les tengo tanto cariño como podría tenerles a algún personaje de un matinal cualquiera de la televisión, o sea, cero.
El trabajo de la educación paternal durante la pandemia, en ausencia de la “educación tradicional”, ha sido delegado, en algunos casos, a clases virtuales sin supervisión. Al no contar con un modelo real a imitar y sin ejemplos ni roles a seguir, esta pequeña persona se ha convertido en un tirano que reacciona con pataletas cuando no se le da en el gusto. Y, por lo mismo, sus padres en vez de darse el tiempo de educarlo optan por la retribución inmediata, evadiendo también sus propias responsabilidades educativas.
Se dice pro y lo mataron al tiro en el juego (por un tramposo, según el). Enojado, vuelca la mesa como en aquel video y avienta el control al suelo como en aquel otro video. ¿Su excusa? Ha de ser el juego que está buggeado. ¿Y la respuesta de sus padres? Ha de ser por la internet.
But don’t blame me when little Eric jumps off of the terrace
You shoulda benn watchin’ him,
apparently you ain’t parents
Eminem – Who knew