La palanca del joycon izquierdo de la Switch driftea (y para arreglarlo, no me sirve “el viejo truco”), lo cual vuelve injugables muchos juegos de la consola. Logro, a duras penas, ganarle al crío en Smash, pero le gano igual.
—Yo soy tu padre —le digo en el tono más cercano a Darth Vader que me da, mientras el me saca la lengua.
No es el primer control que haya tenido un stick que caga, que yo recuerde. Antes fue uno de N64, que terminó botando un polvillo plástico desde el interior, para posteriormente caerse a un lado como gallina ahorcada.
Y en eso recordar palancas malas, se me viene a la memoria la primera de todas, y fue en la primera que usé el viejo truco.
***Inserte sonido de racconto aquí***
A tres cuadras de mi casa de infancia, caminando hacia el sur por Salomón Sack, se encontraban Los Tiara: tugurio videojueguíl que, contaba la leyenda, antes había sido un pool. Al fondo, la garita donde vendían las fichas a diez pesos, o la promoción de doce fichas por cien. Las máquinas, casi todas marcadas con quemaduras de cigarrillo. En medio del local, un Tehkan World Cup, de esos horizontales, para jugar sentado frente a otra persona. Por allá un Ninja Gaiden, junto a ese Star Wars en vectores, en el que podías entrar a destruir la estrella de la muerte. Por acullá un 1942 y un Lobo del Aire, además de muchos otros juegos que no alcanzo a recordar. Y junto a uno de los pilares del medio, un Street Fighter 2 con la palanca del primer jugador hecha mierda. Aquel SF2 sería mi maestro a la hora de aprender a jugar cualquier otro videojuego de pelea a lo largo de mi vida.
Le metí una ficha y antes de enfrentarme al primer rival, se mete un flaco a echarme la pelea para tratar de ganarme, y llegar hasta el final en la palanca menos mala. Costaba un kilo sacar el shoryuken, o tirarle bolitas a los sonic boom del socio, que jugaba a esperarme agachado pa pegarme “la chilena”, pero salieron igual, sólo había que hacer el viejo truco.
La pelea estuvo redundantemente peleada. Le gané el primer round, y él me ganó el segundo. Al tercer (y definitivo) asalto, vuelvo a usar el truco, logrando que los movimientos especiales de Ryu fluyan de mis manos hacia el arcade. Lo acorralo en la esquina, concatenando una patada barrida junto a un hadoken, mientras él, en un intento desesperado por salir del rincón de la pantalla, intenta saltar por sobre la bolita, cayendo inexorablemente en la trampa. El shoryuken que lo recibe en mitad del aire le pone fin a la partida.
—¡¿Y cómo chucha te salen los poderes a la primera?! —me espeta mi rival. Le respondo que con el viejo truco, del escupo adentro de la palanca.