—Las armas sólo traen dolor —le afirmaba yo a la hija que me dio el nieto al cual mi viejo le hizo el Shinai. Tras contarle qué había pasado con sus hermanos menores y las espadas maestras, no pudo evitar el hacer una mueca de resignación pues, ¿cómo quitarle el recién adquirido “juguete” al niño?
Y por un tiempo, todo estuvo bien. Ni los árboles, ni las paredes, ni las rocas se defienden de los espadazos de un niño de seis años. Todos los objetos inanimados de la casa se convirtieron en el enemigo de éste recién ungido héroe. Quebró una cosa por acá y otra por allá, pero nada grave… Sin embargo, más temprano que tarde, llegó el momento en que rompió algo que lo hizo llorar.
El niño se encontraba jugando en su habitación; mientras yo, en el patio fumando. El grito que profirió el enano desde la pieza me sacó rápidamente de mis cavilaciones y me hizo correr. Llegamos junto con su madre a verlo. Lloraba profundamente, incapaz de emitir palabras que pudiesen indicarnos qué le había pasado. Después de un rato de consuelo, logró articular la explicación a sus males recientes: paso corriendo, no vio la espada, la pisó y la partió.
Embeces, la bida es difisil. ¯\_(ツ)_/¯