Poco a poco, las responsabilidades de adulto le fueron quitando el piso a mis tiempos lúdicos. Lo cual no guarda, esta vez, relación con el tiempo que soy capaz de dedicarle actualmente a jugar, sino con la eterna pérdida de los juguetes.
Muchas son las veces en las que me vi en la obligación de vender mis posesiones —a veces, al mejor postor— para poder sacar a flote cosas como: el pago de la mensualidad de un jardín o colegio, las cuentas atrasadas so culpa de la cesantía, o el interminable pago de pensiones… muchas pensiones alimenticias.
No me arrepiento de lo vendido, pues siempre fue por el bien mayor. Sin embargo, y para ejemplificar, con la colección casi completa de la Saga de Urza (de Magic the Gathering) que vendí por migajas a principios del 2000, ahora podría comprar un auto. Y así, con un sinfín de artículos “valiosos” que pasaron por mis manos como si yo fuese un mero vínculo entre las cosas y su destino final. A todos les dije adiós.
Actualmente, sólo conservo aquello que tiene un estricto valor sentimental… como el Mortal Kombat de PSVita que me regaló un amigo eones atrás, y que ya no tengo en qué jugar (por citar un ejemplo). Todo lo restante, está pasando poco a poco a mis hijos.
El menor de ellos comenzó hace poco una humilde colección de consolas portátiles, y por lo mismo, le he legado algunas de las consolas que aún me quedaban. Espero que ellas, ahora imbuidas de valor sentimental, se vean libradas del triste hado… que a mí me ha tocado.