Mi exesposa, criada bajo la antigua usanza del “los videojuegos son para hombres”, no tuvo un acercamiento real a las consolas hasta la llegada de una Wii que compramos un par de años después de su fecha de lanzamiento. Poco a poco, algunos juegos fueron generándole interés (los de ritmo y los FPS). Hasta que un día, y sin mediar intervención alguna de mi parte, ella decidió que podríamos comprar un juego que había salido hace poco, Wii Fit, para así darle un poco actividad física extra a nuestros sedentarios cuerpos.
A las pocas semanas de comenzada la rutina propuesta por la entrenadora virtual, empezó una modificación estructural de la casa en la que habitábamos. Así que, por cosas del polvo, nos vimos en la obligación de llevar gran parte de nuestros ítems valiosos a un lugar en donde resguardarlos. Ironías de la vida, ese lugar sería asaltado dos semanas después. No se fijaron ni en la caja con juegos, ni en la balance board, ni en los wiimotes; pero se llevaron la Wii con todo su cablerío… y con el CD adentro.
Nos quedamos más de un año con las ganas de jugar y, en espera de que llegara a nuestras vidas una próxima consola, compramos la versión mejorada del juego que nos habían robado anteriormente: Wii Fit Plus.
Hasta que un buen día y gracias a un Duty Free, nos haríamos de la siguiente Wii. Nos propusimos conectarla y jugar un rato después de la pega. Así que, cuando llegamos a la casa, ella, entre que ordenó el espacio para jugar, y yo que me puse a cablear la consola a la tele. Trajimos la balance board y el juego. Y en eso de prenderla, como la consola venía con voltaje gringo por ser de Duty Free, se quemó.