Posted in Paternidad Gamer, Slice of Life

Recuerdo que cuando era cabro, lo mejor que me podía pasar para evadir el ir al colegio, era quedarme en casa enfermo. Me pasaba poco, tristemente, porque mi vieja era enfermera y siempre tenía algún remedio que enchufarme con tal de evitar que yo me quedara en casa solo. Sin embargo, recuerdo haber tenido un par de amigdalitis, que obligaron a mi progenitora a:

  1. Pincharme penicilina con benzatina (con la consabida cojera posterior que les caracterizaba…).
  2. Dejarme en casa.
  3. Confiar en su hijo adolescente y en su capacidad de supervivencia.

Como yo sabía cocinar desde chico, quedarme solo jamás fue un problema. Así que cubierto con las tapas de la cama, dedicaba todo el tiempo que me era posible a jugar, mientras cuchareaba un poco nutritivo plato de tallarines con vienesas.

Hace poco, entre trabajos, me surgió una ventana de dos semanas sin pega, la cual estaba destinada a ser utilizada en jugar el Breath of the Wild, que tengo en el velador esperando hace ya varios meses. El primer día de mis pseudo vacaciones, me atacó una infección que me tumbó en cama y con fiebre la primera semana. Y cuando la enfermedad estaba por remitir gracias a los antibióticos, me pescó un virus de la familia de los rotavirus, o los enterovirus, o los adenovirus, que me quitó lo poco de salud que había ganado después de la infección. Dos semanas en cama, con fiebre y el estómago revuelto de tanto remedio.

¿Pude jugar el dichoso juego? No, apenas si prendí la tele del dolor de cabeza…

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