Notita importante: las ideas que planteo en este texto no son del todo mías, pero tampoco son del todo ajenas, sino que son un revoltijo de videos de YouTube, libros, pensamientos, videojuegos y conversaciones con farinata. Yo no soy tan inteligente, pero me esfuerzo.
Parte I: Distópico placer
En su clásico de 1932, “Un Mundo Feliz”, Aldous Huxley nos presenta una sociedad aparentemente idílica y utópica, donde no hay pobreza, ni guerra, ni ninguna de esas cosas malas. Sin embargo, esto tiene un costo importante: es una sociedad de castas donde todo ser humano es condicionado desde antes de nacer para cumplir un rol específico, y ser feliz con eso. Tampoco hay arte, ni literatura, ni ninguna de esas cosas bonitas. Es un mundo donde la existencia y la conformidad a ella vienen dadas “desde arriba”.
Sin entrar en análisis exhaustivos de la obra citada —que no es el objetivo de esta mala excusa de ensayo—, hay un aspecto que me llama profundamente la atención: la dominación a través del placer. A diferencia de las típicas caricaturas más —o menos— distópicas a las que estamos acostumbrados, el orden expresado en la ficción de Huxley no emana del miedo a un puño de hierro, sino del cariñito que hace una mano, probablemente del mismo material. Si queremos usar una metáfora vulgar, efectiva y bien chilena (y sí queremos): en vez de tenernos agarrados de los cocos, nos tienen agarrados de la corneta. En un sentido que no tiene nada de irónico, esto es mucho más efectivo que la tiranía típica, porque es mucho más raro luchar contra el placer, que contra la injusticia o el antivalor de turno.
No es una conjetura descabellada la que dicta que nuestra sociedad ha avanzado, al menos en parte, en la dirección que Huxley supuso para su novela. Y es que en nuestra sociedad moderna existen una infinidad de dispositivos que, a propósito o no, tienen el efecto de apaciguar a las masas y encerrarlas en un estado… quizás no siempre placentero, pero suficientemente letárgico como para imposibilitar, o al menos dificultar grandemente, la oposición al, nuevamente, antivalor de turno.
Parte II: Más allá de la ficción
En un trabajo que tuve en el pasado tenía un compañero de pega con el cual conversábamos bastante de literatura, ficción y la vida moderna. Una de las máximas de esta persona, al contraponer la ficción a la realidad, es que la realidad siempre supera a la ficción. No importa qué tan descabellada sea una obra de ficción, la realidad de las acciones humanas siempre tiene la capacidad de ir más lejos de las locuras que habitan la cabeza de algún escritor o persona creativa, en general.
Pensémoslo de la siguiente forma: en el mundo súper feliz que describe el señor Huxley, el placer mantiene los engranajes pegados a la máquina, y en funcionamiento. En la sociedad actual, casi cien años después, sin embargo, existen muchos más mecanismos, algunos de los cuales no son exactamente placenteros, pero tampoco se corresponden con el displacer, sino que ocupan un lugar intermedio.
Sigamos pensando, específicamente, en el Internet moderno. El desarrollo de la world wide web es, sin temor a dudas, uno de los inventos que más han revolucionado nuestro mundo, y la forma en que vivimos e interactuamos. En poquísimo tiempo, pasamos de un mundo en que la cotidianeidad en que los seres humanos comunes sólo podíamos tener relaciones directas con otros seres humanos comunes, a un mundo en que cualquier relación puede estar mediada. ¿A qué me refiero con esto? Bueno, cuando queso era un pequeño niño y quería establecer contacto con algún amiguito del barrio, tenía un arsenal limitado de opciones para conseguir dicho fin: podía llamarlo por teléfono fijo, o ir a su casa a buscarlo. ¿Y si mini-queso quería establecer algún tipo de relación con alguien que no fuera un ser humano común? ¿Qué podía hacer queso si quería conocer al viejito de Jurassic Park (John Hammond, si se lo preguntaba)? Pues nada. No había nada en el mundo que permitiera vínculo alguno. En este mundo moderno, si yo siguiera siendo un niño —y si Richard Attenborough siguiera vivo— podría, al menos, seguirlo en Instagram y escribirle mensajes en sus publicaciones. Quizás esto suena como trivial, visto desde el presente, pero no lo es. Por algo existe el concepto de “interacción parasocial” y esas vainas (que existen desde antes que internet). Sin embargo —y es a esto a lo que quería llegar cuando hablé de relaciones mediadas, con cursiva—, ahora muchas de estas relaciones están mediadas, a saber, existe algo que define y selecciona con qué o con quién vamos a interactuar.
Y este es el punto en que la realidad supera a la ficción. En el mundo feliz se definía a priori con quién interactuaría cada uno. Pero dichas interacciones seguían siendo humanas y directas, aunque bien superficiales. Ahora tenemos entidades que en tiempo real están permanentemente ajustando los parámetros de interacción y seleccionando las contrapartes de una relación que típicamente va para un puro lado. Esto se ajusta bastante bien al simpático concepto de “distopía aburrida”, donde no hay implantes robóticos, ni drogas súper locas, ni viajes por el espacio… sino sólo el decaimiento medio al peo de las relaciones humanas, a causa de otras necesidades humanas.
Parte III: Engagement
El hecho de que tengamos medidas que nos permitan racionalizar, operacionalizar y medir el involucramiento humano con un grupito de bytes perdidos en Internet es algo que me asombra y aterra en partes iguales. Me asombra, pues es increíble pensar que podemos generar información granular que permita definir y dar dirección al tipo de relaciones sociales que queremos establecer con algún arquetipo de persona específico… u objetivo. Y me asusta, pues creo que es razonablemente claro que estas medidas guían cada vez más nuestras interacciones en el ciberespacio, más incluso que los motivos que comúnmente se citan como razón de ser de las relaciones humanas (sentido de comunidad, pertenencia, realización, legado, entre otras muchas cosas).
Cada vez más, nuestras relaciones, en tanto seres humanos, están mediadas y atravesadas por la tecnología, lo que conlleva tanto cosas buenas como malas. Ahora es posible hablar en tiempo real con la abuelita que está al otro lado del mundo. Pero también, las relaciones extendidas con otros y con las estructuras sociales tienen como mediadores a grandes empresas, cuya finalidad última es la misma que la de cualquier gran empresa: hacer plata. Y resulta que la construcción de algoritmos que permiten definir y alimentarnos permanentemente de contenido que nos mantenga enganchados en tal o cual plataforma, es una excelente forma de hacer plata. Y es a esto a lo que me refería como “entidades” con cursiva en el apartado anterior, a los algoritmos que permiten optimizar y hacer más eficientes las relaciones humanas. Lo que me recuerda al proverbial “optimizar la diversión fuera de los videojuegos”. Siento que los algoritmos construyen verdaderas vitrinas de humanidad, que vitrineamos en una búsqueda sin buscar algo que sacie esa sed primordial por algo que no sabemos qué es, pero el algoritmo sí. Nos expone a cosas que sabe que nos gustan, pero sin ningún filtro consciente. Es obvio que un hombre heterosexual promedio se va a quedar pegado más tiempo en un par de tetas que en un ensayo sobre el rol del escapismo en el bienestar humano, pero eso no significa que ese par de tetas sea mejor para ese hombre promedio que el referido ensayo.
Esta masa de likes, comentarios, campanitas, compartidos, seguidores, tiempo de exposición y cuánta otra tontera nos despoja, al menos en parte, de nuestra propia curiosidad, de la capacidad de ir, en pleno uso de nuestras facultades, en busca de algo que sea de nuestro interés. Volviendo a mi infancia y adolescencia, cuando yo quería algo de internet, tenía que buscarlo y encontrarlo, pues no existían aplicaciones mágicas que me lo sirvieran. E insisto: este mundo de mi infancia, que ya no existe, era una realidad en que era mucho más fácil vivir, si la comparamos con la que la gente joven debe soportar actualmente.
Y es un problema que el mediador no sea nadie, que sea una masa amorfa de lo que sea conveniente basado en el destilado más puro de contingencia que existe. No somos ya nosotros, en tanto adultos, los mediadores entre nuestros infantes y la realidad humana. No somos nosotros, que somos llamados a enseñar y proteger a la infancia, quienes apoyamos en el proceso de dar sentido a la realidad. Ahora es una máquina para la que “dar sentido” es una expresión que, literalmente, no tiene sentido. Creamos así imágenes de mundos polarizados, extraños y peligrosos, donde no ajustarse a lo que parece ser una norma puede significar ostracismo, miedo y ansiedad.
Y en el otro lado ocurre algo similar. Quien produce contenido termina haciéndolo para el algoritmo, como quien hace ofrendas a los dioses, con el fin de obtener la mayor exposición posible.
Es en este punto que el intermediario se convierte además en árbitro de las relaciones humanas, definiendo su lugar, su forma y su contenido. Entendiendo contenido como los componentes significativos de la relación que ocurre en los bytes, y no el objeto-relación en sí mismo.
Parte IV: El estado de las cosas
Dejando mi fatalismo intrínseco de lado, éste es el estado de las cosas. Y es un estado que avanza. Es la forma de satisfacer algunas necesidades humanas utilizando otras como moneda de cambio. ¿Pero qué ocurre con esas otras necesidades humanas, las fichas de cambio? No sé, en realidad. Supongo que se satisfacen en otros lados, o que no eran tan importantes en primer lugar. No lo sé. Me gusta pensar que en algún momento alcanzaremos un estado en que lograremos equilibrar un poco la cosa, sin desplazar la interacción humana directa. O al menos, que si vamos a hacer el cambio, no lo hagamos por bolitas de dulce.
Si usted pensaba que llegaría al final para que yo propusiera algún tipo de solución al asunto, lamentablemente se equivocó. Como ya establecí, la realidad supera a la ficción, y es difícil inventar finales felices a lo que está más allá de la ficción. Pero quizás la realidad se adelante en eso también.
Si le sirve como consuelo, a nosotros como Multiplayer no nos afecta mucho, porque no vivimos de esto y no nos afecta si una publicación no tiene ningún like o si nadie nos manda cositas para la revista (bueno, quizás esto último sí nos duele un poquito). Además, estamos muy viejos siquiera para comprender todas las ramificaciones de este valiente nuevo mundo en las mentes de las generaciones que nos sucederán. Nosotros nacimos en un mundo más fácil que ya no existe. Así que si quiere culpar a algo por nuestro fracaso mediático, culpe eso.